Hombres el #7N con faldas, sí por favor!

Hombres! Que vuestra performatividad sea política! Acudid en masa vistiendo faldas de colores! Desmarcaos de la manada! Cuestionad de una vez vuestra tradicional “masculinidad”!

Este sábado 7 de Noviembre 2015 tendrá lugar la gran MARCHA ESTATAL CONTRA LAS VIOLENCIAS MACHISTAS  en Madrid. Y las manifestaciones son eso, protestas altamente performativas que tienen el objetivo de producir efectos políticos.

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Padres anti-patriarcales protestan contra la violencia machista vistiendo faldas, de la mano de sus hijas en Turquía.

Vivimos en un mundo diverso atravesado por el universal sistema patriarcal. Es decir, a pesar de la diversidad de sociedades que comportan nuestro mundo, (casi) todas se basan en un sistema jerárquico con preeminencia del hombre y la consecuente subordinación de la mujer.

La violencia contra las mujeres emana de este sistema y por tanto, su erradicación pasa por subvertirlo. Sin embargo, «el patriarcado» aun se resiste violentamente a cualquier cambio. Como dice Heidi Hartmann, hay que obligar a los hombres a asumir sus responsabilidades domésticas y de cuidado. Pero, romper los roles de género implica que los hombres renuncien a sus privilegios, cambien sus actitudes y abracen, con nosotras, otro orden social basado en la justicia y en la igualdad.

Repito, la violencia machista hunde sus raíces en el sistema de control social patriarcal. Y la violencia ejercida, junto con la amenaza de su uso, son los métodos por los que el hombre salvaguarda no sólo sus pertenencias, sino la propia estructura, el orden de las cosas, por la que él es dominante: “En el seno del sistema patriarcal encontramos los mecanismos fundamentales que generan, naturalizan e invisibilizan la violencia contra las mujeres, desde la más indirecta y sutil a la más evidente” (Neus Roca, 2011)

En nuestra sociedad patriarcal y violenta, todos los hombres se benefician de los privilegios que este sistema aporta, sean o no individuos violentos[1]. Igualmente, todas las mujeres se encuentran subordinadas, aunque no sean agredidas individualmente.

No es suficiente que los hombres a título individual no hagan uso de la violencia, sino que deben renunciar a sus privilegios.  Como escribe Bonino, no basta con abandonar las actitudes de «machismo puro y duro», si se sigue conservando la pre-eminencia social, política, económica, y cultural:

«para este cambio es necesario lograr que los varones puedan estar dispuestos a una autocrítica sobre su ejercicio cotidiano y naturalizado de los «privilegios de género» … el paso siguiente para los varones será poner en juego un esfuerzo para el cambio pese a las dificultades y renuncias pertinentes…» (2006)

Esta reflexión no es baladí:si la identidad masculina normativa es la que aporta beneficios políticos desiguales, lo que se está pidiendo es nada menos que la renuncia a la identidad construida en desigualdad.

En un sentido más amplio, lo que se exige es una transformación del sistema sexo-genero, por el que los hombres tienen más valor y más poder que las mujeres. Es uno de los tres ejes retro-alimentadores de la violencia patriarcal identificados por Roca. Sin duda, cuestionar el sistema sexo-género es un planteamiento político que actúa como una pequeña piedra en un estanque, que provoca un efecto de ondas capaces de mover y remover las aguas.

¿Entonces,  qúe hacen unos pocos hombres vestidos con faldas?

La autocrítica masculina es peligrosa para el sistema patriarcal.

En los últimos dos años y en este mundo tan diverso, hemos asistido a algunos ejemplos*, que tal vez podríamos seguir en España:

*Acabo de descubrir este reciente ejemplo en Argentina!

TURQUÍA
Como reacción al intento de violación y posterior asesinato con saña de la estudiante Özgecan Aslan y la ola de asesinatos machistas en Turquía durante el 2014, una veintena de hombres, flanqueados por cientos de mujeres, se manifestaron por el centro de Estambul, luciendo minifalda como protesta contra el terrorismo machista. Sus motivaciones quedan claras por sus propias palabras:
«Llevamos minifalda para criticar a quienes piensan que si las mujeres no llevasen minifalda no les pasaría nada. Las libertades de la mujer están muy limitadas en Turquía. Hay una dominación del hombre. Esto no daña sólo a las mujeres, daña a toda la sociedad.»

Otro hombre clamaba estas consignas caminando puño en alto:
«Tenemos que acabar con el patriarcado en todas partes, en casa, en el trabajo, fuera de él. El machismo de los hombres, de los niños, de la gente mayor, incluso el machismo de la mujer. Sin acabar con ello no se puede construir una sociedad en paz. !Abajo con el machismo!»

En la manifestación se portaban pancartas con mensajes como, «Mujer no significa familia», «La violencia de género es política«, «Parlamento, tome medidas urgentes«.
La acción, que tiene lugar en un clima de fuerte regresión de los derechos de la mujer en Turquía, llamó la atención del presidente del país, Recep Tayyip Erdoğan, que en tono burlesco declaró:
«¿Se llaman a sí mismos hombres? ¿Qué hombres? Los hombres llevan pantalones, pero ellos llevan faldas. Se esconden. ¿Por qué llevar máscara si no eres terrorista?»
AFGANISTÁN

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El 5 de marzo de 2014, con motivo del Día Internacional de la Mujer, un grupo de unos veinte hombres se manifestaron en burqa en Kabul portando una pancarta con el lema, «Decimos NO a todas las formas de violencia»

Según la noticia de la agencia Reuters,  el burqa es considerado por la sociedad afgana como el símbolo de la represión Talibán, ya que cuando gobernaban obligaron a todas las mujeres a vestir esta prenda tradicional en público. Todavía hoy se sigue llevando predominantemente en zonas rurales.
«Uno de los mejores modos de entender cómo se sienten las mujeres es
pasear llevando un burqa», explicó uno de los jóvenes, «es una prisión.» También han exhibido pancartas con el mensaje «no les digas a las mujeres qué ponerse, deberías taparte los ojos».
La acción provocó reacciones diversas, principalmente de rechazo y ridículo, pero también de curiosidad. Un hombre comentó enfadado «¿Qué interés tiene? Todas las mujeres de mi familia llevan burqa. No les dejaría salir sin uno.» Algunos criticaban a los manifestantes porque decían que «los derechos de las mujeres fomentan las violaciones». Mientras que una mujer joven de 16 años, advierte que «No necesitamos a nadie para defender nuestros derechos. Esto es un proyecto extranjero para crear una mala imagen del burqa y de Afganistán. Están intentando hacernos sentir mal a las que cubrimos nuestra cara». Una mujer de 60 años vestida con burqa, se ha mostrado menos molesta por la protesta. «Mi marido y mi hijo me dicen que debería quitarme el burqa. Pero estoy acostumbrada a llevarlo. Lo he llevado durante 35 años», ha explicado.

Pero, más allá de interpretaciónes islamófobas sobre el velo, el hijab, el burqa etc, de nuevo lo más interesante es que esta prenda femenina la porten los hombres en protesta contra la violencia de género.

FRANCIA

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El 16 de mayo del 2014, alumnos y alumnas de 27 institutos de secundaria en la región francesa de Nantes acudieron a clase llevando faldas como protesta contra el sexismo. El lema de la jornada, «Lo que levanta la falda», se tomó del título del libro escrito por la historiadora feminista Christine Bard, que reflexiona sobre el simbolismo político de esta prenda, que sitúa dentro del debate de las identidades de género. La idea fue iniciativa de unos chicos y aceptada por las autoridades educativas. Arthur Moinet, uno de los adolescentes organizadores, comenta «Nos dimos cuenta de que en muchos institutos de nuestra región hay muchos casos de sexismo y discriminación, así que pensamos que deberíamos hacer algo para cambiarlo, así que se nos ocurrió esta idea.»
La jornada se enmarcó en el contexto de un debate nacional entre el reconocimiento progresista de reivindicaciones históricas del feminismo y movimientos LGBT. Dicha iniciativa provocó una dura crítica de sectores conservadores franceses ligados al movimiento en contra del matrimonio homosexual. Incluso se organizaron contra-protestas «pacíficas» a la entrada de algunos centros educativos. Según la asociación pro-familia y homófoba Manif Pour Tous, esta iniciativa, «… es un nuevo ejemplo de las consecuencias de este tipo de enseñanza en las escuelas que conduce a una pérdida de puntos de referencia básicos de la identidad de los niños y niñas.» Esta asociación es la responsable de la organización de manifestaciones masivas en contra del matrimonio homosexual (aprobado en Francia en 2013) y de las enseñanzas de género en las escuelas. Identifican la teoría de género como el “enemigo”, como reza la pancarta “No a la Teoría de Género”.

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ESPAÑA

Si todavía no te has enterado de la situación de fuerte regresión patriarcal en España y por qué hay que acudir a esta manifestación, te recomiendo esto, esto, esto y esto.

«Con faldas y a lo loco», por favor.

La potencia de estas tres protestas se basa precisamente en la transgresión de la performatividad de género.

Desde el punto de vista del análisis performativo, sostengo que el hecho de que estos hombres se vistan de mujeres no se debe interpretar superficialmente. Aunque sus acciones son minoritarias, han merecido la atención de los medios, han provocado la reacción de presidentes, y han sublevado a sectores conservadores enteros. En estos tres casos, las reacciones han sido consecuencia de su provocadora «puesta en escena» performativa, que conscientemente o no, suponen un desafío que amenaza el statu quo.
«Performance», es un término inglés que significa representación o puesta en escena. Es una manera de comunicar utilizando el propio cuerpo. La fuerza de transmisión de su mensaje supera la del cartel escrito, la palabra pronunciada, el grito lanzado o la imagen bi-dimensional: el cuerpo, con toda su potente carga de fisicalidad, insuflada por la transcendencia de la vida, se convierte en el mensaje.

Las prácticas performativas como protesta tienen una rica tradición que se repite a lo largo de la historia y de los países. Desde las Abuelas de la Plaza de Mayo, girando infinitamente con sus pañuelos blancos atados sobre sus cabezas hasta que les devuelvan a sus «desaparecidos»; hasta Rosa Parks, que con su desafiante sentada en un autobus en Montgomery, Alabama, lanzó a los medios las reividicaciónes por los derechos de la población negra de EEUU. Son representaciones vivas de desobediencia que encaran las violencias sufridas.
Según Diane Taylor, las performances de los activistas transmiten información cultural codificada que se entiende solamente en relación con el contexto histórico, cultural y social donde se desarrolla. En el código de señales de la sociedad patriarcal-violenta, la falda y la minifalda son símbolos de mujer sexualmente provocadora y el burqa es símbolo de mujer-sexualmente modesta. Son ambas caras de la misma moneda, que hace que la mujer sea responsable de la violencia ejercida contra ella, transfiriendo así la carga de la culpa del perpetrador a la víctima.

En estos casos, vestirse de mujer es un acto lleno de alusiones a la transgresividad. Como escribe Taylor «En un nivel pragmático, la performance desarrolla la condición de (im)posibilidad impuesta.» Aquí, el simbolismo va más allá de otras protestas insertadas en la sociedad del espectáculo, que utilizan una cierta coreografía o se ayudan de algún otro atrezzo, como las conocidas caceroladas, flash-mobs, o escraches. Las protestas de estos hombres van directamente al corazón del asunto porque subvierten la performatividad de género sobre la que escribe Butler, es decir, la constante producción de las diferencias que hacemos a diario, individual y colectivamente, por la que construimos y se construyen nuestras identidades.

Estas identidades diferentes nos van colocando en posiciones jerárquicas asímetricas de género. El proceso se refuerza mediante la violencia cuando es «necesario» para mantener el dominio patriarcal (Roca, 2011). Por ello, la naturaleza trangresora de la performatividad de género protagonizada por los hombres tiene un mayor eco social. Resulta más alarmante justamente por ser el grupo dominante.

La puesta en escena.
En un primer nivel, estos actos parecen bastante simples y tal vez en ello radique su fuerza. Por un lado, no es más que ponerse una falda o un burqa y salir al espacio público (la calle, la escuela). Pero por otro lado es mucho más: es convertirse, no solo en lo que no son, sino en lo que no deben ser. Están atacando el binomio hombre-mujer de la manera más frontal: es como si la identidad de género estuviera compuesta por vasos comunicantes por los que a medida que se adopta simbología femenina desapareciera su
masculinidad.

Son actos sencillos y austeros pero que resaltan la conexión profunda entre el manifestante y el objeto de su denuncia, la mujer violentada. Se están poniendo simbólicamente en su piel y en un nivel de vulnerabilidad. Se exponen provocativamente a la ridiculización, renunciando a su fuerza patriarcal. Con todo ello están llevando a cabo un acto político, como reza uno de los carteles de los manifestantes turcos, «La violencia de género es política».

Si la minifalda, cuando la lleva una mujer es una provocación sexual,
ahora también es una provocación pero esta vez proyectada sobre su propia
masculinidad. El mismo lema de los estudiantes franceses «lo que levanta la
falda», en francés, ce que souleve la jupe, es una alusión figurada a la
sublevación, al levantamiento. Se podría interpretar como una resignificación
de la provocación sexual a la provocación política. La acción llevada a cabo en Afganistán tiene el mismo efecto desafiante precisamente por vestir la prenda contraria, la de la no-provocación, porque pone en tela de juicio el control del cuerpo de la mujer. Efectivamente, la reflexión de uno de los manifestantes sobre cómo se sentía, «como en una prisión», revela el fondo de la cuestión: la de mantener a un grupo de la población en condiciones análogas a la criminalidad, de nuevo trasladando sobre ellas la carga de la «culpa», esencialmente provocadoras.

A sabiendas de la atención que atraerán, toman el espacio reservado a los hombres, lo público, la calle,  y lo feminizan. En el caso de Francia, donde el espacio que se toma es la escuela, la virulencia de la reacción de las fuerzas conservadoras revela el rol estratégico que tiene la educación en la socialización ideológica de las personas. La furia de las reacciones que provocan estas transgresiones son las que completan su significado.
Y es que, como se ha mencionado anteriormente, las manifestaciones performativas se inscriben en las tácticas de desafío a la autoridad, a la normatividad. «Para atar todas las piezas y darles coherencia necesitan del público» (Taylor). En el caso de Turquía, vemos como el presidente, cuyas declaraciones se han detallado anteriormente, es capaz de burlarse de la «hombría» de los manifestantes en un triple salto mortal retórico, equiparando la minifalda a una máscara y tildándoles de terroristas. Sus palabras dan de lleno en el significado de la performance: cuestionar el sistema sexo-género es percibido como una amenaza terrorista. Erdogan interpreta el hecho de disfrazarse de mujer como una deshonestidad, aludiendo al término «máscara», icono irónicamente compartido por terroristas y actores teatrales. Está en línea con los comentarios del Ministro de Relaciones, que ante la alarma social sobre el asesinato de Özgecan Aslan, pidió la reinstauración de la pena de muerte y dijo, «si eso le pasa a mi hija, cojo la pistola y busco venganza». Por tanto, lo afronta como un problema personal y no estructural. Su solución autoritaria y violenta proviene de la actitud patriarcal de protección a su hija como si fuera
de su propiedad.
Igualmente, en el caso francés, la asociación Manif pour tous, interpreta la acción como un ataque al orden establecido. –nada menos que en la línea de flotación de la socialización ciudadana, la escuela. Estos alumnos están desafiando la teoría conservadora que mantiene que la diferencia entre sexos está biológicamente determinada, es natural y necesaria. Esta naturalización de la desigualdad es la piedra angular de la violencia patriarcal.

Soy conscientes de que las acciones descritas no constituyen un cambio generalizado de la actitud y posición de los hombres. Las resistencias son muy grandes y las raíces del patriarcado muy profundas. Pero valoro muy positivamente que algunos hombres empiecen a cuestionarse sus privilegios, muestren su desprecio por la violencia y aboguen por un cambio social basado en el respeto y la igualdad.

El vigor con que actualmente aún se mantiene ese activismo social de la mirada de género, a pesar de algunos retrocesos, nos hace pensar que caminamos en el sendero de la transformación siempre que mantengamos una posición crítica. No podemos olvidar que se trata de una carrera de fondo.
Para llegar a la meta de esta carrera de fondo, es conditio sine qua non la alianza con los hombres. Hombres que quieren también un cambio social basado en la igualdad entre hombres y mujeres. De ahí la eficacia de las acciones descritas: cuando son los hombres los que se rebelan y denuncian los códigos machistas en los que han sido entrenados  están tocando el centro neurálgico del sistema patriarcal contribuyendo activamente a  su desligitimación.

No camines delante de mí, puede que no te siga.
No camines detrás de mí, puede que no te guíe.
Camina junto a mí y sé mi amigo
Albert Camus

[1] No entraré aquí en las maneras en que este sistema sin duda es violento, oprime y moldea también los hombres. Pero en ningún caso se puede trazar una equidistancia, ya que en todo caso esos «sufrimientos» les colocan en una posición de dominio, mientras que para la mujer en una de subordinación.

Escrito junto a mi amiga Marta Neira Reina

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